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Sleeping lessons: el insomnio como tormento nocturno del superyó

Actualizado: 23 mar 2022




Por Alan Talgham




Je t'apporte l'enfant d'une nuit d'Idumée!

Stéphan Mallarmé[1]



No nos enseñan a dormir. Tampoco a soñar. Aprendemos a alimentarnos, dónde y cuándo debemos ir al baño, con qué modales comportarnos en la mesa y, sobre todo, cómo hablar. Pero dormir es un misterio. No sabemos bien cómo se hace eso de dormir. Hay quienes simplemente apoyan la cabeza en la almohada y se duermen, pero, para el resto, la cuestión del sueño, del pasaje de la vigilia al sueño, se vuelve una tarea en ocasiones sisífica y para la cual se carece de instrucciones precisas.

El insomnio es un síntoma de raigambre superyoica que, si bien no es actual – la historia de la literatura universal lo testimonia -, cobra hoy una prevalencia específica. El relato del tormento nocturno, la eternización del tiempo y el recrudecimiento de la conciencia moral es moneda corriente entre los pacientes que cotidianamente acuden a nuestra consulta. El insomnio se remonta frecuentemente a la infancia y se instala como un mojón sobre el cual se montarán posteriormente otros padecimientos.

Hay, generalmente, una dificultad en el instante mismo del pasaje al dormir, del atravesamiento del umbral que separa el mundo de la vigilia de aquel otro, más evanescente, del sueño. Cuando indagamos un poco a este respecto, recibimos respuestas que apuntan generalmente en una misma dirección. Algo en el durmiente permanece alerta, observando, y no permite que el mencionado pasaje se realice definitivamente; como si una porción de la subjetividad se desdoblara y operara como censor, guardián ya no del dormir, si no del mantenerse despierto.

A partir de esto, podemos formular una serie de preguntas: ¿quién duerme cuando se duerme? O, incluso, ¿qué duerme, si se percibe que una parte de la conciencia permanece alerta?

Por otro lado, la noche es el momento en que el tormento del superyó se manifiesta con particular tenacidad. Obligaciones pendientes, aparentes traspiés en situaciones sociales o laborales que generan culpa y oportunidades desperdiciadas figuran entre la gama de reproches que el insomne se realiza en el momento en que podría estar durmiendo. Algo del silencio de la noche hace que la voz áfona del superyó se escuche con mayor nitidez.



Lecciones para dormir


En el año 2007 se edita Wincing the night away[2], el disco de la banda The Shins dedicado al tema del insomnio. La primera canción se titula Sleeping Lessons (clases para dormir) y hace referencia precisamente a ese punto de desconocimiento, por parte del insomne, del método concreto que lo podría conducir hacia el sueño. La idea de las clases para dormir resulta muy interesante en este punto, donde no se sabe muy bien cómo se duerme ni qué pasa en ese tránsito: si es que el yo muere cada noche y renace cuando despierta o si el yo duerme cuando se duerme.

Esta canción podría bien servir como soundtrack para el artículo, puesto que la enunciación en juego en ella señala la función de ese resto pulsional que luego cobra la forma de un observador, un narrador “externo” crítico, al mismo tiempo que se insta a quien la escucha a rebelarse contra esta “vieja guardia que todavía ofende”, a “saltar del gancho” que lo sostiene, y se le recuerda que “no tiene ninguna obligación de tragarse cosas que detesta”.

La experiencia del insomnio es la del encuentro con una presencia, una ajenidad – sea esta de carácter narrativo o no - que perturba al sujeto y al mismo tiempo lo fija a la conciencia de sí. No poder dormirse es no poder entregarse al sueño, no poder dejarse a uno mismo para atravesar el umbral de la vigilia.




El fenómeno funcional


Encontramos una pista clínica, en Freud, para pensar el problema en cuestión. Se trata de una referencia a Herbert Silberer y su descripción del fenómeno funcional. En Introducción del narcisismo y, antes, en La interpretación de los sueños (cuya traducción más literal como Ciencia del sueño[3]ya nos aportaría una clave a este respecto) Freud rescata de su discípulo esta observación fina de los fenómenos implicados en el dormir. El fenómeno funcional se produce en estados intermedios entre el sueño y la vigilia, estados hipnagógicos, donde se observa la transposición de los pensamientos en imágenes visuales. Pero estas imágenes se refieren al estado en que se encuentra la persona que pugna por dormirse. Es decir que, cuando alguien se encuentra en ese estado entre el sueño y la vigilia, hay una instancia que empieza a traducir pensamientos en imágenes que lo tienen por objeto y que se traducen incluso en sentencias del tipo: “ahora se duerme, ahora se despierta.” Se constituye una suerte de narrador que toma nota de las acciones del insomne, figura en todo similar a la que puede tomar en ciertos casos el superyó.

Freud, en La interpretación de los sueños, destaca esta lectura del fenómeno funcional y cita, entre otros ejemplos, el siguiente: un hombre está acostado, después de almorzar y, en el instante en que le sobreviene el sueño, comienza a pensar en un problema filosófico. Contrasta las ideas de Kant y de Schopenhauer acerca del tiempo. Evidentemente, en el estado de somnolencia en que se encuentra, las ideas se le escapan y no las puede retener. Esto es figurado “plásticamente” en la siguiente imagen onírica: “Pido una información a un secretario gruñón que, inclinado sobre un escritorio, hace oídos sordos a mi insistencia.” [4]

El fenómeno funcional se contrasta entonces con el fenómeno material. Este último remite al simbolismo, al contenido simbólico del sueño, mientras que el fenómeno funcional tiene que ver con la observación del sujeto que se duerme y, a su vez, con la forma del pensamiento.

Lo que agregan las observaciones de Silberer es el hecho de que, en ciertas circunstancias, está activa también una suerte de observación de sí que brinda su contribución al contenido del sueño. Esta es la función de la censura. Sabemos que la censura moldea el contenido de los sueños justamente para evitar la filtración de elementos perturbadores. Esto supone la idea misma de que, mientras soñamos, hay algo que está despierto observando cada movimiento, cada pensamiento y, sobre todo, cada estado del cuerpo mismo que se duerme. Si bien no está dicho explícitamente, podemos suponer ahí mismo la función del superyó y pensar a partir de eso el fenómeno del insomnio. El insomnio es un estado perpetuo de vigilia, una noche eterna en la que son siempre las cuatro de la madrugada.




Las noches en Combray


Quien quizás haya descripto con mayor precisión el insomnio relacionado con el fenómeno funcional es Marcel Proust. Las primeras líneas de En busca del tiempo perdido evocan el padecimiento y el tormento que eran las noches de la infancia del narrador en la casa de su familia en Combray, donde él se tenía que ir a dormir mientras sus padres recibían invitados. La espera angustiosa de su madre, quien debía darle el beso de las buenas noches y a veces no llegaba nunca. La oscuridad, el silencio y el sentimiento extrañado de la existencia configuran el relato proustiano del tormento de no poder dormir.

“Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: ‘ ya me duermo ‘.” Y continúa: “ Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había dejado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V.” Luego esta idea comienza a perder inteligibilidad, se difumina, y el ahora despierto se extraña de encontrarse en la oscuridad, que se le figura como “una cosa sin causa, incomprensible, verdaderamente oscura.”[5]

A su vez, Proust describe la confusión y el sufrimiento del insomne cuando cree percibir un rayo de luz que anuncia el fin del tormento de la oscuridad para percatarse luego de que son las doce de la noche y que, como un enfermo que se acuesta dolorido en una fonda, tendrá que “pasarse la noche entera sufriendo.” Despertarse a medianoche implica, para el narrador, una suerte de desconocimiento de sí en el cual no hay “otra cosa que el sentimiento de la existencia en su sencillez primitiva.” Y, además, la conmoción de espíritu que conlleva ese mismo despertar nocturno, donde “todo giraba en torno mío, en la oscuridad: las cosas, los países, los años.”[6]



El “hay”


Esta idea del extrañamiento, del sentimiento de la existencia en su más primitiva desnudez, es quizás la clave para situar la particularidad de la experiencia del insomnio y localizar algo en el sentido de su causa. En este punto, la referencia a Heidegger parece ineludible. Los temples de ánimo heideggerianos, particularmente la vigilia y el tedio, son el contexto de manifestación del Dasein. Estos son, precisamente, los contextos donde el superyó se manifiesta con mayor tenacidad: el aburrimiento, el taedium vitae y la vigilia insomne (o, más prosaicamente, las filas, los tiempos muertos, el ascensor, las noches sin dormir) constituyen momentos donde la ex - sistencia se presenta de una manera que hace vacilar el marco fantasmático, quebrando la familiaridad de las cosas, el contexto del ser, y precipitando la dimensión de un abismo insondable donde el ser se empareja con la nada.

Pero hay aún otra perspectiva que nos aporta mayor especificidad a la hora de abordar el fenómeno del insomnio. Se trata del pensamiento de Emmanuel Levinas, quien supo ser discípulo de Heidegger. La obra de Levinas, si bien lleva las trazas de su antiguo maestro – con quien romperá definitivamente a partir de la afiliación de éste al partido Nacional Socialista – da un vuelco en la concepción ontológica para trasladar el problema de la nada al problema del “hay”[7]. Es decir que, para Levinas, la cuestión no es el anonadamiento sino la presencia del vacío, su consistencia; es eso lo que atormenta al sujeto.

Hay dos obras de Levinas que trabajan este tema de una manera específica, La evasión y De la existencia al existente. Sin embargo, podemos encontrar en Ética e infinito un tratamiento más bien sucinto y puntual de la cuestión. Allí, Levinas se refiere al insomnio a propósito del fenómeno del “hay”. “Hay es para mí (…) el fenómeno del ser impersonal: ello. Mi reflexión sobre este asunto parte de recuerdos de infancia. Uno duerme solo, los mayores continúan la vida; el niño siente hondamente el silencio de su dormitorio como ‘ruidoso’.”[8] Nos acercamos a la vertiente invocante del superyó; “algo parecido a lo que se oye cuando uno se acerca una concha vacía a la oreja, dice Levinas, como si el vacío estuviera lleno.”

El “hay” levinasiano, cuyas resonancias con el ello freudiano en la lectura de Lacan son evidentes, importa especialmente por su carácter impersonal. Se dice hay como se dice “llueve” o “es de noche” e, incluso, más próximo a nuestras referencias, como “se habla.” “Es un ruido que retorna después de toda negación de ese ruido. Ni nada ni ser. A veces empleo la expresión del ‘tercero excluido’. De ese ‘hay’ que persiste no puede decirse que es un acontecimiento de ser. Tampoco puede decirse que es la nada, aunque no haya ninguna cosa.”[9] La experiencia del hay, una de cuyas facetas encontramos en el insomnio, es una de “horror y enloquecimiento.” Se trata de una ausencia radical de respuesta - “nada nos responde” - “pero la voz de este silencio es oída y espanta(...)” [10]

En el insomnio, se puede y no se puede decir que hay un yo que no llega a dormirse. En realidad, no es exactamente el yo lo que no puede dormir, es otra cosa. Esto hace surgir una pregunta, aquella que interroga por el vínculo del superyó con un real. Es eso que Lacan nombró “la cosa dura del hecho de que hay una ley.” Debemos seguir su pista muy de cerca y encontrar figuras posibles para localizarlo y para pensarlo, lo que permite abordarlo también clínicamente. La imposibilidad de salir de la vigilia es del orden del “hay”, una experiencia de la división subjetiva donde Yo quiere dormir y no puede, o donde, más precisamente, eso no se duerme. El insomnio es el instante intemporal en que esa impersonalidad absorbe la conciencia, en que ésta última se “despersonaliza” y en el cual, podemos decir, no es el yo el que vela, sino, más bien, es que eso vela.



Diálogos con el superyó


Freud dice, entonces, que en el sueño debe haber un acuerdo entre las exigencias del día y el deseo de dormir. Lacan, por su parte, establece que el único deseo que satisface el sueño es efectivamente el deseo de dormir y que lo que despierta, en el sueño, es un real que está más allá de él. “Por lo demás, esto es algo que explica para nosotros la ambigüedad de la función del despertar. Lo real puede representarse por el accidente, el ruidito, ese poco-de-realidad que da fe de que no soñamos. Pero, por otro lado, esa realidad no es poca cosa, pues nos despierta la otra realidad escondida tras la falta de lo que hace las veces de representación – el Trieb, nos dice Freud.”[11] ¿No hay efectivas resonancias entre esa concepción de lo real y lo que podemos ubicar a propósito de la función del superyó? Es una hipótesis de trabajo, para seguir investigando.

Ahora bien, las claves para el tratamiento del insomnio y, en definitiva, del superyó como tal, las podemos encontrar en el propio Levinas. Las soluciones que él plantea van del todo en la línea de una clínica que hemos estado desarrollando y transmitiendo junto a Megdy Zawady en el espacio Diálogos con el Superyó, de Psicoanálisis, Aún.

La primera solución que aporta Levinas es la solución del ente. Se trata de situar un algo, un esto o aquello, de poder señalar con el dedo y decir esto es. En ese punto, encontramos una herramienta clínica de particular utilidad, en los comienzos de un análisis, frente al mutismo insidioso del superyó: la caracterización. Poder situar ahí una narrativa y un agente[12], sea por la vía de la construcción, permite localizar algo del “hay” superyoico y producir un efecto de alivio terapéutico cuasi inmediato, a la par que propiciar la posibilidad de una apertura al discurso del inconsciente. Por supuesto que es una primera instancia, una solución transitoria, y debemos poder ir más allá.

La segunda solución levinasiana apunta precisamente a ese más allá del ente y se establece como el concepto de la responsabilidad. Es, según él, la solución definitiva, y podemos preguntarnos si no es de un estatuto muy similar a lo que ocurre en un psicoanálisis. Esta segunda solución se da por la vía de lo que Levinas denomina un “deponerse”, en el sentido en que se depone a un rey. “Esta deposición de la soberanía por parte del yo es la relación social con el otro, la relación des-inter-esada. Lo escribo en tres palabras para subrayar la salida del ser que eso significa. Desconfío de la palabra amor, que está degradada, pero la responsabilidad para con el otro, el ser-para-el-otro, me ha parecido (…) que pone fin al rumor anónimo e insensato del ser. En la forma de una relación tal se me ha hecho patente la liberación del ‘hay’.”[13]

Si bien no es exactamente lo mismo que lo que buscamos en un análisis, no parece estar tan lejos. Esa relación desinteresada con el otro, la dimensión de la responsabilidad levinasiana - que es la filosofía del otro por excelencia - tiene mucho que ver con la experiencia analítica. Hay, tanto para el analista como para el analizante, algo que apunta a una deposición del ser y es en ese sentido que un tratamiento posible del resto, encarnado en el superyó, puede abordarse. No dista mucho, en efecto, de la concepción misma del deseo que, para Lacan, es deseo del Otro. Esta deposición de la soberanía yoica permite liberarse del asedio del “hay”; presencia insidiosa, perturbadora, superyoica, que arrincona al ser a la par que lo fija y lo somete eternamente a una comparación imposible con el ideal; tormento del insomne, clavado a su ser en una noche fuera del tiempo. La responsabilidad con el deseo nos permite encontrar una ética distinta, que vuelve a conectar a un sujeto con lo real de la vida, su misterio, pero que al mismo tiempo le devuelve su potencia erótica.


Bibliografía


· Dreizik, P., “Levinas y lo político”, Prometeo libros, Buenos Aires, 2015.

· Freud, S., “La interpretación de los sueños” , Obras completas, Tomo V (1900-1901), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2010.

· Lacan, J. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964), El Seminario Libro 11, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.68.

· Levinas, E., “Ética e infinito”, Ed. La balsa de la Medusa, Madrid, 2008.

· Proust, M., “En busca del tiempo perdido.”, Tomo I. Por el camino de Swann, Alianza Editorial, 2000.

[1] “¡Aquí te traigo a la hija de una noche de Idumea!” [2] Una posible traducción sería: alejar a la noche haciéndole una mueca o, también, haciendo muecas toda la noche. [3] Recordemos el film homónimo dirigido por Michel Gondry. [4] Freud, S., “La interpretación de los sueños” , Obras completas, Tomo V (1900-1901), Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2010, p.499. [5] Proust, M., “En busca del tiempo perdido.”, Tomo I. Por el camino de Swann, Alianza Editorial, 2000, p.11. [6] Op. cit., p.15. [7] Dreizik, P., “Levinas y lo político”, Prometeo libros, Buenos Aires, 2015. [8] Levinas, E., “Ética e infinito”, Ed. La balsa de la Medusa, Madrid, 2008, p. 43. [9] Op. Cit., p. 44. [10] En una referencia más próxima a Lacan, “El Horla”, de Maupassant, describe una experiencia del todo similar a las que acabamos de rubricar. [11] Lacan, J. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” (1964), El Seminario Libro 11, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.68. [12] El concepto de agenciamiento trabajado por autores del poshumanismo nos sirve de soporte. [13] Levinas, E., “Ética e infinito”, Ed. La balsa de la Medusa, Madrid, 2008, p. 45.



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