top of page
Buscar
Sylvia De Castro Korgi

El síntoma como objeción

Actualizado: 22 mar 2022




Por Sylvia de Castro Korgi



Allí donde, a finales del siglo pasado, los “nuevos síntomas” aparecieron en la escena teórica del psicoanálisis advirtiendo acerca de una cierta resistencia a la “apertura dialéctica” que el psicoanálisis siempre reconoció a toda formación sintomática, vale la pena ahora, en la época del imperio de la neurociencia, rescatar el sentido y el alcance del síntoma freudiano, una de cuyas funciones más importantes, la que acentuaré en este texto, es su valor de objeción.

El síntoma tiene una dimensión patológica indudable que pone en escena una tensión entre la singularidad de quien lo sufre y el grupo social o la comunidad que se mantiene en el campo de la supuesta normalidad, si bien su alcance no se agota en ello. De hecho, otra dimensión, enigmática ciertamente, es la que se destaca cuando su sola manifestación interroga a quien lo sufre. Esta segunda dimensión, que sugiere la presencia de un sujeto que verifica su sufrimiento y se deja interrogar por él, es la que nos puede indicar una dimensión del síntoma que vale la pena reconocer antes aún de entrar en materia, es decir, antes de hacer explícito el valor del síntoma como objeción.

El asunto en juego es tanto más importante cuanto que el sujeto de la época contemporánea parece participar del dicho movimiento de “resistencia dialéctica”, en función de lo cual se inclina por buscar la causa de su sufrimiento en una disfunción que no necesariamente lo implica subjetivamente. De manera correlativa, la ciencia está presta a aportar las respuestas que suprimen la interrogación del sujeto, condición necesaria para la supresión del síntoma vía tratamiento médico-farmacológico, de modo que cualquier pregunta sobre la causa es reconducida, si no a la neurociencia y sus procedimientos, al menos al manual de las enfermedades mentales…

Del “síntoma freudiano”, del síntoma subjetivo, aquel que acusa el carácter de sufrimiento psíquico aún si su manifestación es corporal, es posible verificar una articulación, un nudo, entre el cuerpo, el lenguaje y el goce, cuya función no es poca si advertimos que ofrece al sujeto la posibilidad de armar una “solución” que es la suya y que de algún modo le permite soportar su singularidad y, en últimas, sostenerse[1]. Es lo que enseña la clínica freudiana y no solo en el caso de las neurosis; al contrario, sabemos bien el lugar explícito que Freud le reconoce al delirio como “intento de curación”. Justamente el tratamiento psiquiátrico del delirio a los fines de su eliminación nos da la medida de la interferencia de la práctica médica contemporánea en la construcción subjetiva, apoyada en la medicalización a ultranza y sin consideración alguna por los medios con los cuales los sujetos logran vérselas con su sufrimiento.

La referencia al tratamiento farmacológico del delirante es una buena manera de introducir aquí la transformación de la consideración del sufrimiento psíquico en la llamada postmodernidad. Sabemos que el eje en torno al cual se deciden los asuntos humanos en la época está dado por la alianza entre la ciencia y el mercado cuyo producto estrella, en el nivel más alto de la cadena para el caso que nos ocupa, es el producto químico con el que se silencian los síntomas sin oportunidad alguna de reconocerles un sentido subjetivo y más aún, una alternativa de solución que implique a quien lo sufre. No es cuestión de desconocer el alivio que el medicamento ofrece, sino de advertir de qué manera su uso generalizado e indiscriminado es una muestra de la ideología cientificista que nos gobierna y que pone de presente una transformación radical de lo que llamamos humano.

Pero no necesitamos recurrir al delirante -¿acaso aún delira?- para revelar de qué manera la ideología cientificista atenta contra la singularidad del padecimiento de los sujetos, de los neuróticos para el caso, cuyas alternativas de sostén y lugar en el mundo han perdido vigencia. En ese orden de ideas cabría hablar aquí de la descalificación de la función paterna y de la castración como operación simbólica, en últimas del deseo como soporte, pero es en relación con el síntoma que prosigo la indagación. De hecho, todavía nos queda el síntoma, aún si peligra en función de los intentos de acallamiento que le impone la ciencia médica.

Me refiero ahora a lo que he mencionado del síntoma como solución, una concepción que de entrada rompe la continuidad largamente admitida entre el síntoma y las distintas especies de disfunción, trastorno, limitación, deficiencia y discapacidad que pueblan los manuales de clasificación en sus diferentes versiones y momentos, como si el síntoma fuera un accidente más de la máquina o de la economía[2]. Será por eso mismo, por la reducción a la que es conducido el síntoma, que tales designaciones dejan por fuera lo que de sufrimiento psíquico comporta y sus razones, y más bien reenvían su consideración y tratamiento al ámbito del condicionamiento garantizado por las técnicas cognitivo-comportamentales y neuropsicológicas que tienen, para decirlo en términos de Foucault, el disciplinamiento como horizonte. Ni qué decir tiene la salida farmacológica, mucho más a la mano de los sujetos de hoy en virtud del mercado.

Ahora bien, la idea del síntoma como objeción, si bien no cae de su propio peso, es una apuesta de Freud con la que se redobla, por así decir, los servicios del síntoma como solución para aportar todavía un elemento extra de cuyo valor tendríamos que estar advertidos. En su texto sobre “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” Freud se ocupa de precisar los efectos “sintomáticos” de la exagerada limitación que ejerce lo cultural sobre la satisfacción pulsional vía una moral sexual restrictiva. El síntoma sustituye la satisfacción pulsional prohibida; al hacerlo no puede sino aportar una suerte de satisfacción sustitutiva por medio “del retorno de la satisfacción reprimida”[3]. En ese orden de ideas, el síntoma resuelve un conflicto subjetivo entre el deseo y la prohibición, asunto este que habrá que entender en el sentido de una encrucijada entre el goce y la ley. Es esto, por lo demás, lo que le aporta al síntoma su carácter “patológico”, vale decir, de goce, de sufrimiento, y sus consecuencias en términos de la pérdida de ciertas posibilidades y realizaciones humanas, tanto en el orden del goce sexual como de las distintas variantes sublimatorias.

Ahora bien, que el carácter propio de la satisfacción sustitutiva que el síntoma aporta sea del orden de lo patológico no excluye el tenor o la dimensión de “solución” que también comporta. En principio esta dimensión, digamos positiva del síntoma, se plantea en términos relativamente sencillos y, además, duales: la solución de un conflicto entre el deseo y la defensa, a cuya suposición debemos, freudianamente hablando, el síntoma[4]. Pero no es de esa solución de lo que se trata en la consideración del síntoma como objeción, según veremos.

Un caso temprano de Freud, más bien una viñeta de su práctica, nos pone en la línea de lo que nos interesa. Se trata de una mujer cuya queja es la dificultad para amamantar a su hijo. Sus síntomas -repugnancia y vómito- le impiden comer y, en últimas, alimentar al niño. En la discusión diagnóstica que este caso suscita, Freud se opone a la consideración de la neurastenia y defiende, en cambio, el diagnóstico de histeria, oponiendo la “endeblez de la voluntad” propia de la primera opción -la neurastenia-, a la “voluntad contraria”[5] de la segunda -la histeria-. Lo que se concluye de la observación es que la paciente no quiere ­-las razones se nos escapan- y hace un síntoma que, en acto, dice ¡no! ¡Voluntad contraria!

Al respecto podríamos agregar, en palabras del pensador A. Ehrenberg, que las cosas se disponen según la oposición entre una “patología de la insuficiencia” y una “enfermedad de la falta”. Con Freud diríamos que el neurótico denuncia un exceso de goce, allí donde el neurasténico se ofrece como una figura de la queja o del malestar.

De cualquier modo, es en torno a las neurosis de guerra que Freud desarrolla de manera magistral su concepción del síntoma como objeción. En el año de 1919, en un contexto social marcado por la primera guerra mundial, Freud atiende a la invitación que le hacen las autoridades que tenían que vérselas con el tratamiento de esas “enigmáticas enfermedades” que afectaban a los soldados en el campo de batalla y sobre los cuales recaía hasta el momento, cuando no la acusación de fingimiento, la observación de déficit o insuficiencia.

Para empezar Freud acusa recibo de una enfermedad psíquica en estos casos, lo que quiere decir que los síntomas son, en principio, efecto de la represión como defensa ante un trauma. Se trata del trauma de la guerra, que pone en tensión las exigencias culturales -alistarse para ir al frente de batalla­- y los intereses libidinales del yo, cuya más franca expresión es mantener a raya los peligros que podrían acarrear la propia muerte. Así pues, los soldados expresan mediante su síntoma un rechazo al sometimiento a la orden que los dispone a matar y a morir. ¡Voluntad contraria!

Para sostener su juicio Freud acude a un expediente que no tiene refutación: ¡el hecho de que jamás un mercenario presentará una neurosis de guerra! Así las cosas, el soldado hace un síntoma cuya significación es la de una objeción de conciencia: una objeción que es tanto “una renuncia a la orden de matar” como un rechazo a sacrificar la propia libido narcisista, la que todo humano requiere y emplea para sostener la vida.

Entonces, el síntoma como objeción es una constatación freudiana que nos conduce a sostener su valor de castración: el valor de un decir ¡no! Si por una parte el síntoma cumple una función de denuncia, por otra parte, manifiesta el rechazo al sometimiento del sujeto a los requerimientos del Otro. Voluntad contraria. Su ausencia, la de este rechazo, equivaldría para el sujeto situarse a merced de quien lo convoque a gozar, gozando a su turno.


Bogotá, enero de 2022



BIBLIOGRAFIA

· Pierre Bruno. La passe. Presses Universitaires du Mirail, Tolouse, 2003.

· Pierre Bruno. “La diagonal del síntoma”, en Desde el Jardín de Freud n° 12, 2012.

· Sigmund Freud. “Manuscrito N”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980, vol. I.

· Sigmund Freud. “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980, vol. IV.

· Sigmund Freud. “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980, vol. XIV.

· Freud, Sigmund. “El porvenir de una ilusión”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1980, vol. XXI.

· Jacques Lacan, “Kant con Sade”, en Escritos 2. Siglo XXI, México, 1975.

· Marie-Jean Sauret y Sidi Askofaré, “Incidences du liberalisme sur l’evolution des métiers de la clinique”, en Recherches en Psychanalyse n°12, 2011.

· Marie-Jean Sauret, L’effet révolutionnaire du symptôme. Érès, France, 2008.


[1] Sauret, M-J. L’effet révolutionnaire du symptôme, 25 [2] Según la acertada ecuación planteada por M-J. Sauret y S. Askofaré en “Incidences du liberalisme sur l’evolution des métiers de la clinique”, en Recherches en Psychanalyse 12/2011 – Psychanalyse, corps et Societé, 118. [3] Freud, S. “El porvenir de una ilusión”, óp. cit., vol. XXI, 76-84. [4]Hay otra “solución” que implica una conceptuación topológica del síntoma, y que responde a la propuesta lacaniana de abordar la variedad de la estructura intentando llevarla al nudo borromeo, es decir, a la articulación y el anudamiento de los tres registros de la realidad psíquica -lo real del ser, el lenguaje y el goce-. [5] Cfr. Freud, S. “Un caso de curación por hipnosis”, óp. cit., vol. I, 156.

114 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Kommentare


bottom of page