Por Mario Henao
Universidad de Stony Brook
En un texto publicado en 1926 y titulado “¿Pueden los legos ejercer el psicoanálisis?” Diálogos con un juez imparcial” (1992), Sigmund Freud escribió su famosa frase sobre la mujer. Allí dijo: “Acerca de la vida sexual de la niña pequeña sabemos menos que sobre la del varoncito. Que no nos avergüence esa diferencia; en efecto, incluso la vida sexual de la mujer adulta sigue siendo un dark continent (continente negro) para la psicología” (199, cursiva en el original). Con “negro” Freud quería decir que se trata de algo desconocido e inaccesible a la cegadora luz con la que el psicoanálisis ilumina los procesos subjetivos de la humanidad (del hombre, en realidad).
No obstante, Freud inicia la siguiente frase de ese mismo texto diciendo cuál es la sensación de la niña respecto a su cuerpo y a lo que eso significa. Es decir, a pesar de lo oscuro que le resultan son ese cuerpo y esa subjetividad, aunque se afirme que poco o nada se sabe de la mujer, igual se concluye algo (que no es cualquier cosa). Freud dice: “Pero[1] hemos discernido que la niña siente pesadamente la falta de un miembro sexual de igual valor que el masculino, se considera inferiorizada por esa falta, y esa ‘envidia del pene’ da origen a toda una serie de reacciones característicamente femeninas” (199). De esta manera, la mujer queda asignada al lugar de la envidiosa porque le falta algo que le daría un valor igual al del hombre. Lo que Freud expone, en definitiva, es el sistema de opresión al que se somete a la mujer: por un lado, la interpretación impuesta sobre lo que es y significa su cuerpo (que determina su subjetividad); y por otro, y a consecuencia de lo anterior, se constituye el lugar de inferioridad de la mujer, que coincide con la experiencia femenina histórica. Así, la mujer deja de ser el dark continent para convertirse en la inferior, la minusválida, y todo esto gracias a las herramientas que se utilizan para describir la subjetividad humana.
Muchas de las críticas feministas a la teoría psicoanalítica, y a las teorías de la subjetividad, se concentran en exponer la insistencia de dichas teorías en utilizar un sistema de comprensión que ha sido creado a la medida del hombre. Tal vez, parecen proponer esas críticas, es hora de reconocer que el lenguaje y la estructura de conocimiento son, en sí mismas, patriarcales y machistas y, por lo tanto, es imposible esperar que sea por medio de esas herramientas que se pueda dar cuenta de la mujer de una forma no opresiva. Rita Segato, en Manifiesto en cuatro temas, afirma que “El patriarcado, o relación de género basada en la desigualdad, es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad. Esta estructura [moldea] el funcionamiento de todas las desigualdades de prestigio y poder en todos los otros ámbitos de la vida” (213), lo que quiere decir que todo intento de producción que se encuentre dentro de “los ámbitos de la vida” reproducirá esa desigualdad. Y más importante, no sólo reproduce esa estructura, sino que la sostiene; encuentra las formas de hacer pasar esa dinámica como algo esencial e inmutable. De ahí que el feminismo sea también una crítica radical a toda estructura.
Luce Irigaray publicó un texto muy importante para los estudios feministas en 1977 titulado Ese sexo que no es uno. Según Irigaray, es imposible dar cuenta o expresar algo de la sexualidad femenina porque el lenguaje es un sistema masculino que sólo reproduce la opresión en la que se sustenta. La mujer no puede hablar, porque cuando habla lo hace utilizando una forma masculina, y eso impide la expresión de su deseo. En esto se acerca a la idea que Laura Mulvey tiene sobre la mirada en el cine narrativo y clásico de Hollywood. Para Mulvey, en su clásico texto “Visual Pleasure and Narrative Cinema” (1975), el cine crea un tipo de mirada que solo tiene como agente al hombre, lo que quiere decir que la mirada siempre es masculina. Esto significa que en la forma misma en la que se construye una historia en la pantalla ya está incorporada una mirada, que es la del hombre. Así, una mujer que va al cine se pone en la posición masculina y no encuentra una forma de ver que le sea propia. Además, tampoco ve a la mujer, sino que ve un objeto de placer que es como ella[2]. De esta manera, la mujer aparece ausente de la producción de significado y de la posibilidad de poseer el mundo en el que se mueve. Esto quiere decir que, al igual que en el discurso, en el cine, la mujer no existe, pues no puede formular su deseo en ese lenguaje. Solo los hombres son posiciones con agencia, es decir, son capaces de expresarse, de actuar y de ver.
El hombre ha creado las formas por medio de las cuales supone que puede aparecer el deseo. El lenguaje es, sobre todo, un intento de hacer que una ausencia se haga presente, es decir, el lenguaje es una forma de representar, no una presentación. Se puede decir que el hombre tiene una fuerte tendencia e impulso hacia la representación[3]. Esto significa que el hombre crea una apariencia definida y perceptible que lo tranquiliza con respecto a la experiencia irrepresentable que es el deseo. Las palabras, las imágenes, los sonidos interpretados son tentativas con las que se pretende dar forma a un misterio, a una incógnita, pero, sobre todo, a un vacío. Detrás de esa dureza del pene (y del falo, o sea, del lenguaje) en realidad no hay nada, o lo que hay es lo real, es decir, lo horroroso por no tener forma (visual, sonora, conceptual, etc.).
En este sentido, la experiencia del deseo se iguala a la del sexo femenino, que es visto por el hombre como una ausencia e igual de irrepresentable que el deseo. Esa ausencia le hace evidente al hombre que no tiene control ni conocimiento sobre su deseo, que sólo ha generado una forma de disimular su ignorancia. Por eso, para el hombre, el órgano sexual femenino es horroroso, pues es la imagen de lo que falta y le recuerda que detrás de su aparente solidez hay ausencia, es decir, que él tampoco está seguro de lo que desea. Por eso Irigaray considera que “[…], her sexual organ [of the woman] represents the horror of nothing. A defect on this systematics of representation and desire. A ‘hole’ in its scoptophilic lens. […]. Woman’s genitals are simply absent, masked, sewn back up inside their ‘crack’” (26, cursiva en el original).
El deseo de la mujer es irrepresentable porque el deseo en sí mismo es irrepresentable, y lo que conocemos hasta ahora es la fachada de un género que ha convertido su sexo en el único soporte del placer. El hombre ha creado o construido toda una serie de estructuras sociales y expresivas con las que aparenta un acceso al placer, pero que en realidad solo disimulan su ausencia y posibilitan la movilidad de la cadena significante. De esta manera, la visión de la que habla Mulvey, por ejemplo, es solo la intención de esconder un desconocimiento, de hacer creer que se sabe lo que se desea. Para esto se hace pasar como expresión del deseo lo que solamente es una mediación formal. El cine narrativo, el lenguaje y toda estructura social son formas de aparición de realización de deseos masculinos que siempre están dentro de las posibilidades que da la estructura de expresión. Sin esa estructura el deseo masculino no se sostiene. Podría decirse que es la estructura la que configura el deseo, lo que el hombre desea es lo que la estructura le permite desear.
Debido a esto, el hombre ha accedido a una serie de placeres que aparentan el cumplimiento de deseos. El placer masculino se obtiene en el cuerpo del hombre gracias a la cosificación de todo lo que produce placer (el placer es disfrutar de un objeto). Esa es la estructura que el hombre ha creado, y en la que se mueve. Para que algo produzca placer debe convertirse en objeto. En esa estructura masculina, la mujer es un objeto destinado a satisfacer el deseo del hombre.
La mujer es, además, el objeto más preciado para la obtención del placer porque debido a esa satisfacción es posible organizar la comunidad en estructuras sociales, políticas y económicas. El sistema de parentesco es la manera en la que se definen las posiciones que cada sujeto según su sexo va a ocupar en la organización social. Así como hay una economía de la visión también hay una de la organización humana. La mujer es la que posibilita la construcción de la estructura social ya que organiza el parentesco: son las mujeres quienes son entregadas como don con el fin de garantizar la exogamia. La mujer es transformada en una mercancía, lo que proporciona la posibilidad de relacionar sujetos de diferentes espacios sociales. Las relaciones creadas por el sistema de parentesco son relaciones de poder, ya que determinan las posibles acciones y desempeños de quienes integran esas relaciones. Pero, además, el parentesco posibilita la división sexual del trabajo; crea familias por medio de matrimonios y en cada familia hay una tarea por ejecutar. Así, la organización del trabajo (quién se encarga de qué) sólo es posible gracias al matrimonio, por medio del cual los machos y hembras se vuelven hombres y mujeres[4]. Los hombres son aquellos que tienen la capacidad de acción y las mujeres deben someterse a ellos. Como mercancías, las mujeres sostienen las relaciones, pero no pueden decidir sobre estas. Son los objetos deseados y no los sujetos deseantes.
En esta organización estructural el lenguaje juega un papel fundamental ya que es una de las formas en las que el deseo aparentemente se manifiesta (en las fallas del lenguaje, sería lo indicado decir). El lenguaje es una forma de opresión que obliga a los sujetos a creer que saben lo que quieren, pero a nunca estar satisfechos, y, por lo tanto, a desplazar constantemente su deseo. Al no ser sujetos deseantes, una mujer nunca está donde se supone está su deseo, o mejor, su deseo, según esta estructura masculina, es ser el deseo (convertirse en objeto de deseo). El hombre cree que es dueño de su deseo, pero tal vez de lo que se trata es de una fantasía en la que cree ciegamente, una fantasía que no le permite darse cuenta de que también está siendo sometido a una estructura violenta. De ahí que el feminismo sea una forma de tomar conciencia.
La imposibilidad de reconocimiento y de acceso a la mujer de la que hablaba Freud genera la sensación de un lenguaje masculino que sólo permite la negatividad para la mujer. Ella es lo que no sabemos y lo que ella ni siquiera puede decir. Ahora, decir no garantiza nada concreto, pero sí posibilita una movilidad de la que la mujer solo es objeto y nunca sujeto. La subjetividad es siempre masculina y las mujeres para decir su deseo tienen que ubicarse en esa subjetividad. No obstante, el resultado de ese decir no es la manifestación del deseo, sino lo que el hombre le dice a la mujer que es el deseo. En definitiva, la estructura del parentesco, sobre la que se sustenta la sociedad, garantiza que el deseo sea siempre masculino, incluso cuando una mujer lo ejerce.
No obstante, eso puede significar que las mujeres están en una condición potente, porque tienen la posibilidad de asumir el fracaso de la expresión como una forma de deshacerse de esa estructura masculina y opresiva. Se hace evidente que no hay una manera de expresar el deseo sin caer en la violencia (en la imposición, porque todo dicho es una forma de asumir qué es lo que se desea). Lo desconocido del continente femenino puede enseñarnos que lo que ignoramos es nuestra propia subjetividad y que eso da cuenta del uso excesivo de la representación como forma de conocimiento y de reconocimiento. Tal vez haya otras formas de ponerse en relación con el deseo que lo femenino descubra.
Bibliografía:
· “Women and Art.” Ways of Seeing, created by John Berger, episode 2, BBC, 15 Jan. 1972.
· Freud, Sigmund. “¿Pueden los legos ejercer el análisis? Diálogos de un juez imparcial” (1926). Publicado en Obras completas, vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu, 1992.
· Irigaray, Luce. “This Sex Which Is Not One”. New French Feminisms. Ed. Elaine Marks e Isabelle Courtivron. New York, 1981, pp. 99-106.
· Mulvey, Laura. “Visual Pleasure and Narrative Cinema”. Feminism + Film. Ed. E. Ann Kaplan. Oxford: UOP, 2000, pp. 34-47. (Impreso).
· Rubin, Gayle. “The Traffic in Women. Notes in the ‘Political Economy’ of Sex”. Publicado en: Reiter, Rayana (comp.), Toward and Anthropology of Women, Monthly Review Press, Nueva York, 1975.
· Segato, Rita. “Manifiesto en cuatro temas”. Critical Times, vol. 1, no. 1, 2018, pp. 212-225.
[1] No deja de ser importante la utilización de un adversativo en esa frase. Lo que quiere decir ese “Pero” es que, aunque no se sepa nada, hay que decir algo, el psicoanálisis (y Freud en particular) no pueden quedarse en silencio respecto al cuerpo y la experiencia de la mujer. No se sabe, pero igual se habla como si se supiera. Esta es la actitud del que habla por el otro, del que asume que es capaz de formular lo que el otro no ha podido comunicar. [2] Sobre esto puede verse la segunda parte del documental Modos de ver (1972) de John Berger en donde describe la manera en que la pintura occidental ha representado a la mujer, particularmente a la mujer desnuda. Según Berger, la mujer se ve en una pintura siendo mirada, mientras que el hombre es siempre el sujeto que mira al objeto que está en el cuadro. [3] Se podría pensar que ese impulso y tendencia se evidencian en la importancia de la política como forma de organización en la que un individuo representa a un grupo de personas. También ese impulso se puede ver en la importancia que las imágenes (literarias o visuales) tienen a la hora de representar a los integrantes de una sociedad. La representación suele aparecer como el último gran objetivo de toda lucha. [4] Sobre la importancia del parentesco en la organización de la estructura social ver el texto de Gayle Rubin “The Traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of Sex”. Todo este párrafo es un resumen muy sintético y general de lo que Rubin expone en ese texto fundamental para la comprensión de los estudios de género y feministas.
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