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Milena Caplan

Psicoanálisis y Feminismo

Actualizado: 26 mar 2022




Por Milena Caplan




“La mayor parte de los movimientos feministas han identificado a Freud como su enemigo. Afirman que el psicoanálisis sostiene que las mujeres son inferiores y que solo pueden alcanzar feminidad como esposas y madres. Consideran al psicoanálisis como una justificación del status quo burgués y patriarcal y que Freud, en su propia persona, ilustra estas cualidades. Coincido en que el freudismo que se ha divulgado responde a esta descripción, pero el tema de esta obra consiste en demostrar que un rechazo del psicoanálisis y de la obra de Freud es fatal para el feminismo. Cualquiera que sea la forma en que se lo haya utilizado, el psicoanálisis no constituye una recomendación para una sociedad patriarcal, sino un análisis de la misma. Si estamos interesados en comprender y rechazar la opresión de la mujer, no podemos permitirnos el lujo de desestimarlo.

Juliet Mitchell[1]


La clínica psicoanalítica no es más la que nos enseñaron, ni Freud ni Lacan, menos aun la que nos enseñaron en la academia. Digo menos aun, porque en la academia frecuentemente se transmite una clínica de un Freud y un Lacan leídos y recortados de manera tendenciosa y sesgada, e incluso una clínica que ellos no propusieron.

La histeria es una posición subjetiva que cada vez se escucha menos en la clínica, como así también su modalidad particular del deseo como insatisfecho. Lo más frecuente, actualmente, es recibir pacientes neuróticos obsesivos, siendo estos no solo hombres, ya que también existen las mujeres neuróticas obsesivas; clínica de la cual, por cierto, no existe demasiada elaboración.

Ni las mujeres ni los hombres se preguntan por el misterio de la feminidad, porque ya no existe como tal. La categorización de lo femenino como un enigma a resolver insiste en la obra de Freud, junto a respuestas que aluden a la oscuridad y al misterio. Esta fue por mucho tiempo una pregunta-síntoma de la cultura. Lo femenino es lo rehusado y anudado a una fantasmática cultural y patriarcal que encarna, en la mujer, un enigma. La invención del amor cortés funcionó como una forma de velar ese horror a lo Otro, a lo femenino. Actualmente aquella lógica romantizada del odio a la mujer ya no parece funcionar, aunque el mismo subsiste disfrazado con otros ropajes.

La feminidad “normal” es un concepto que se tornó absurdo y tener un hijo no es un camino hacia ella ni una solución. De hecho, tener un hijo fue por mucho tiempo el único elemento con el que las mujeres pudieron acceder a poseer cierta cuota de poder; siendo esa lógica de dominio entre la madre y el hijo o la hija algo contraproducente y patológico para ambos. Actualmente, las mujeres trabajan, estudian, tienen cargos políticos, escriben y teorizan; y esto no implica una suplencia a su castración ni una forma sublimada de savoir-faire frente a su deseo reprimido de tener un pene, sino que tiene el mismo estatuto que tiene para un hombre. Tanto hombres como mujeres están inscriptos en el lenguaje y, por ende, en el régimen de la falta, en búsqueda de una completud imaginaria que se pretende colmar con objetos que imaginaria y simbólicamente cobran valor fálico: dinero, poder, atributos estéticos, inteligencia, status social, hijos, un trabajo o un nombre propio en determinada comunidad.

Pensar la envida del pene en la mujer y la protesta masculina (la revuelta a la pasividad) en un hombre como roca de base y tope de un análisis no es un terreno fértil en la actualidad. Las mujeres no sienten envidia del pene (a propósito de esto, el sinfín de aclaraciones por parte de los analistas de que el falo no es el pene da a entender que, para esos mismos analistas, sí lo es) sino de lo que significa tener un pene. Incluso Freud ya es claro en este punto: “El complejo de castración de la niña se inicia, asimismo, con la visión de los genitales del otro sexo. Al punto nota la diferencia y -es preciso admitirlo- su significación[2][3]. Por otra parte, los hombres ya no se sienten tan incómodos en posiciones pasivas.

Ahora entonces, el falo, ¿es o no es el pene? Lacan distingue el falo imaginario del falo simbólico, ubicando a este último no como el pene sino como el significante del deseo o de la castración (siendo uno el reverso de la otra). En Psicoanálisis, Aún, pensamos al falo como un significante y un símbolo del poder, ubicado, no casualmente, en los hombres. Siguiendo esa lógica, se puede pensar a la envidia del pene como una envidia del privilegio que tienen los hombres, el cual se traduce en: dinero, saber, carrera, independencia económica, seguridad sexual, status social, entre otros. Por otro lado, esta idea posiciona a las mujeres como celosas, envidiosas, pudorosas, amargadas por lo que son y con una cicatriz que deja la envidia del pene en forma de un sentimiento de inferioridad. Pero, si no se comportan de esta manera y no se presentan desde la falta, son consideradas mujeres fálicas o masculinas.

El falo no es el pene, refutan los psicoanalistas, sino que es el significante de la castración, de la falta, de lo que no hay: la relación sexual. Lacan propone que en la premisa freudiana acerca de la existencia universal del pene en la etapa fálica, se trata del falo no como símbolo del pene sino como función significante de la castración. Entonces el falo, en tanto significante de la castración, se convierte en el ordenador del deseo. No solo las mujeres están castradas, sino todo sujeto hablante y el agente de la castración no es el padre, sino el lenguaje. Es a partir del ingreso al lenguaje que estamos inscriptos en la lógica de la castración, por lo cual no hay un significante que tapone la metonimia de la falta en ser. Pero es evidente que las consecuencias de esa castración no son las mismas para todos. A pesar de esta justificación, la significación literal del falo en psicoanálisis parece no desaparecer y, además, en muchos pasajes de la obra de Lacan, el falo sí es el pene.

Las sociedades están organizadas falocéntricamente y las neurosis también. Las neurosis son un intento de sostener a un Padre que está caído por el hecho de que nunca está a la altura de su función; y lo sostienen de distintas formas, subjetivando su deuda en la neurosis obsesiva o sosteniendo su impotencia en la histeria. Por otra parte, el falo también es un símbolo privilegiado en el psicoanálisis en tanto la significación fálica, producto de la inscripción del Nombre del Padre vía la Metáfora Paterna, es lo que separa la neurosis de la psicosis y la perversión, en donde encontramos una forclusión o desestimación de este. El falo hoy no funciona como antes; es decir, ya no funciona como referente y ordenador privilegiado, y por eso los códigos sociales que antes regían la sociedad ya no son vigentes o no están tan claros.

Ahora bien, podemos situarnos cómodamente desde la nostalgia de una estructura social que antes funcionaba fálicamente y patologizar a todo sujeto que asista al consultorio y no entre en los cánones hegemónicos del hombre obsesivo, la mujer histérica y la familia tradicional monogámica y heterosexual; o podemos empezar a pensar coordenadas distintas y aggiornadas para recibir subjetividades nuevas y disidentes.

El año pasado, en Psicoanálisis, Aún, dictamos un curso sobre Psicoanálisis y Feminismos, como una última llamada a los y las psicoanalistas negados a dialogar con los discursos de la época: el feminismo, los estudios de género y la teoría queer. Notamos que el movimiento psicoanalítico y algunas de sus instituciones se rehúsan a abandonar una posición defensiva y conservadora frente a los cuestionamientos que nos proponen los estudios de género, los cuales nos resultan ampliamente válidos e incluso son, en muchos casos, concordantes con el psicoanálisis.

En el espacio sobre Psicoanálisis y Feminismos, trabajamos autores y autoras del campo de los estudios de género como Paul Preciado, Donna Haraway, Judith Butler, Simone de Beauvoir, Juliet Mitchell, Luce Irigaray y Emilce Dio Bleichmar, entre otros. Preciado se define como un disidente del sistema sexo-género en su presentación frente a 3.500 psicoanalistas[4] y hace estallar los binomios de la sexualidad que funcionan en el psicoanálisis lacaniano hegemónico. Fue tildado de psicótico o perverso, simplemente para desacreditar menesterosamente su discurso, el cual es por demás interesante y tiene ciertas resonancias con algunas ideas freudianas. Así como Freud, en sus “Tres ensayos de teoría sexual”[5], problematiza el encuentro heterosexual en el coito como supuesta norma, separando la sexualidad de la función reproductiva y dando cuenta de que la sexualidad no implica necesariamente la genitalidad sino que va más allá de ella; Preciado, en su “Manifiesto contrasexual”[6] propone el fin de la naturaleza como orden que legitima los encuentros entre los cuerpos para sustituirlo por un contrato contrasexual, en el cual cualquier parte del cuerpo puede erogeneizarse y ser sexual, de la misma manera que los recortes parciales de la pulsión en Freud.

Donna Haraway hace un gran aporte a las ciencias poshumanas, terreno poco investigado y el cual sería interesante poner en relación con el psicoanálisis. Haraway propone la figura del cyborg para pensar las relaciones interhumanas e interespecies[7]. El cyborg es la figura-metáfora de un sistema posterior a toda división del sexo en géneros: mitad organismo, mitad máquina, híbrido entre la realidad social y la ficción, el cyborg es postgenérico.

Trabajamos el concepto butleriano acerca de la performatividad de los géneros. Judith Butler nos invita a pensar acerca del carácter teatral e imitativo de los géneros[8]. El género, para Butler, sea cual sea, es actuado. Incluso el “original” de una mujer trans, es decir, una mujer CIS, es alguien que actúa de mujer. Para la autora, ser mujer es actuar de mujer, mecanismo que funciona a partir de la invocación performativa de alguien que sentencia “es una mujer” incluso antes de su nacimiento. Esta idea tiene sus resonancias con los semblantes propuestos por Lacan: la impostura masculina y la mascarada femenina -o a la inversa-.

Por otro lado, diferenciamos el feminismo esencialista de Simone de Beauvoir del feminismo de la diferencia, y ubicamos cómo el sujeto del feminismo mutó de La Mujer -como si existiese una ontología de la mujer prefabricada- a las diversidades sexuales y de género, propias de los estudios de género y la teoría queer. El feminismo de la diferencia es el que nos interesa poner en relación con el psicoanálisis, porque desde el psicoanálisis no creemos que exista ningún tipo de ontología. La frase de Simone de Beauvoir “no se nace mujer: llega una a serlo”[9] supone la idea de que hay un ser de la mujer al cual hay que advenir (idea no muy lejana a algunas curas lacanianas). La propuesta de Lacan algunos años más tarde con su witz “La mujer no existe”[10] y “no hay La mujer”[11], por el contrario, afirma que no hay un ser de lo femenino generalizable, más allá de que esta afirmación lacaniana haya sido interpretada de manera literal en su enunciado y no en su enunciación. Se podría agregar también “El hombre no existe” y “no hay El hombre”, en tanto tampoco hay un ser de lo masculino.

Por último, reivindicamos la histeria y lo propio de su discurso como lazo social que hace pregunta-síntoma en el discurso social establecido. El discurso de la histérica hace síntoma en el Amo, le revela su castración y conduce a la producción de saber. Las pacientes histéricas de Freud, además de ser las precursoras del psicoanálisis, dan cuenta del malestar femenino de una época con una moral victoriana y patriarcal -contexto en el cual nació el psicoanálisis-, malestar que con sus síntomas denunciaban. Estas pacientes estaban insatisfechas con el destino que la cultura patriarcal les asignaba: la reproducción y el matrimonio. Emilce Dio Bleichmar sostiene que en el síntoma histérico hay un reclamo feminista que no es puesto en palabras, sino que duele en el cuerpo[12].

Diferenciamos el feminismo como reclamo, en su cara histérica y emancipadora, del feminismo en el orden de hierro con su cara obsesiva. Este último deja de ser un movimiento liberador para convertirse en un discurso Amo que dispara imperativos imposibles de satisfacer. Escuchamos este discurso en el consultorio y verificamos que aplasta el deseo del sujeto, empujándolo a gozar del carácter obsceno y feroz del superyó. Cada época tiene sus propios imperativos de goce que generan malestar. Nos interesa estudiar el feminismo en esta línea, con el objetivo de proponer caminos alternativos.

Así como hubo lecturas desviadas de la teoría de Freud, después de Freud (psicoanálisis del yo, annafreudismo, kleinismo) -el cual es el que se reproduce en la doxa del sentido común y no es el Freud que nos interesa retomar porque es un Freud que no es Freud-, también hay un Lacan leído tendenciosamente que arrastra toda clase de consecuencias teóricas y clínicas. La novela rosa de los posfreudianos no se aleja mucho de las curas y fines de análisis propuestas por ciertos analistas lacanianos[13].

El hecho de que a los y las analistas les incomoden estos cuestionamientos, es un claro signo de que los mismos fallan frente al aforismo lacaniano acerca de la empresa de estar a la altura de la subjetividad de la época. Tanto Lacan como Freud consideraban aberrante aislar el psicoanálisis de otras ciencias humanas y, de hecho, dialogan con otros campos teóricos a lo largo de toda su obra. Pensamos que a esta altura no es opcional sino necesario establecer un diálogo genuino con los estudios de género y el feminismo, sin nostalgia por un padre ya caído.

Nuestra propuesta es retomar la letra freudiana, ya que encontramos en ella la neurosis obsesiva femenina, la histeria masculina, la disidencia de los goces, la bisexualidad originaria y estructural de todo ser humano, la sexualidad parcial y polimorfa; y, sobre todo, una escucha que aloja a todas las singularidades. Freud caracteriza el conocimiento psicoanalítico sobre la femineidad como “incompleto y fragmentario”[14], dejando la puerta abierta para nuevas discusiones. Tampoco fue su objetivo ni pretendió describir qué es una mujer, y admitió con humildad sus errores y sesgos por ubicarse, en muchos casos, en el lugar del Padre con sus pacientes.

Coincido con Mitchell: rechazar el psicoanálisis es fatal para el feminismo. Si bien Freud desacierta ordenando a lo femenino en términos de déficit y castración por pensarla desde una lógica fálica y especular con respecto al hombre, fue el fundador de la primera disciplina que tuvo interés en la sexualidad femenina, que prestó escucha a lo que tenían para decir las mujeres y teorizó acera del desarrollo sexual de la mujer, de sus implicancias subjetivas y de la relación del malestar femenino con los mandatos culturales que reprimen su sexualidad y su hostilidad[15].

Este año, apostamos una vez más a que los psicoanalistas incluyan en su formación la perspectiva de género; no desde una posición defensiva, obligada y resignada, sino dándole a los aportes del feminismo, los estudios de género y la teoría queer la dignidad de verdaderos interlocutores. Estas disciplinas denuncian la abyección y el no reconocimiento de las subjetividades disidentes dentro del psicoanálisis. Creemos que la episteme psicoanalítica tiene que empezar a dialogar con ellas y escuchar sus denuncias para no perder su vigencia y su potencia como discurso que pone en su centro al deseo.



Bibliografía:

· Simone de Beauvoir El segundo sexo (1949). Buenos Aires: Lumen, 2018.

· Judith Butler, Cuerpos que importan (1993). Buenos Aires: Paidós, 2002.

· Emilce Dio Bleichmar, El feminismo espontáneo de la histeria. Estudios de los trastornos narcisistas de la feminidad (1991). España: Siglo XXI, 1997.

· Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexualen Obras Completas (1905), Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu, 2011.

· Sigmund Freud, “33ª conferencia: La feminidad” (1932) en Obras Completas, Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 2013.

· Donna Haraway, Manifiesto para cyborgs (1985). Mar del Plata: Letra Sudaca, 2019.

· Jacques Lacan, Seminario 20: Aun (1972-1973). Buenos Aires: Paidós, 2012.

· Jacques Lacan, Seminario 23: El sinthome (1975-1976). Buenos Aires: Paidós, 2011.

· Juliet Mitchell, Psicoanálisis y feminismo: Freud, Reich, Laing y las mujeres (1976). Barcelona: Anagrama, 2000.

· Paul Preciado, Manifiesto contrasexual (2000). Barcelona: Anagrama, 2011.

· Paul Preciado, Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas (2020). Buenos Aires: Anagrama, 2020.

[1] Juliet Mitchell, Psicoanálisis y feminismo: Freud, Reich, Laing y las mujeres (1976). Barcelona: Anagrama, 2000. [2] Las bastardillas son mías. [3] Sigmund Freud, “33ª conferencia: La feminidad” (1932) en Obras Completas, Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 2013, p. 116. [4] Discurso de Paul Preciado pronunciado en diciembre de 2009 frente a 3.500 psicoanalistas reunidos para las jornadas de l´École de la Cause freuddianne en París. [5] Sigmund Freud, “Tres ensayos de teoría sexualen Obras Completas (1905), Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu, 2011. [6] Paul Preciado, Manifiesto contrasexual (2000). Barcelona: Anagrama, 2011. [7] Donna Haraway, Manifiesto para cyborgs (1985). Mar del Plata: Letra Sudaca, 2019. [8] Judith Butler, Cuerpos que importan (1993). Buenos Aires: Paidós, 2002. [9] Simone de Beauvoir El segundo sexo (1949). Buenos Aires: Lumen, 2018. [10] Jacques Lacan, Seminario 23: El sinthome (1975-1976). Buenos Aires: Paidós, 2011, p. 126. [11] Jacques Lacan, Seminario 20: Aun (1972-1973). Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 89. [12] Emilce Dio Bleichmar, El feminismo espontáneo de la histeria. Estudios de los trastornos narcisistas de la feminidad (1991). España: Siglo XXI, 1997. [13] Esta idea se encuentra explayada y argumentada en profundidad en el artículo titulado “El lacanismo y el discurso del odio” del Dr. Megdy Zawady, publicado en esta misma revista. Remitirse supra. [14] Sigmund Freud, “33ª conferencia: La feminidad” (1932) en Obras Completas, Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu, 2013, p. 125. [15] Sigmund Freud, op. cit., p. 107.

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